Nueva vía al Santa Cruz Chico, 5.800m, por GTAIB

Directíssima Mallorquina (520m, MD+)

Después de dos semanas de aclimatación en la Cordillera Blanca, durante las cuales ascendimos montañas como el Vallunaraju, Yanapaccha y Shacsha Sur, decidimos ir un poco más allá, en busca de una nueva apertura. Tras un día deambulando entre mapas y libros desde el confort y la calidez de nuestra casa en Huaraz, se había fijado en el fondo de nuestras mentes una pared imponente, aislada y aparentemente virgen de la que solo disponíamos de dos imágenes ciertamente arcaicas. De la noche a la mañana, esta pared pasó de ser una simple idea con la que fantasear a convertirse en el centro de todas nuestras energías. Era la cara oeste del Santa Cruz Chico, un pico remoto de 5.800m del que solo se guarda registro de un ascenso allá en el año 1958 y que ahora, 67 años más tarde, nos llamaba con fuerzas para ser ascendido por segunda vez.

El día 7 de julio, a las 06:30 salimos desde Hualcayan los 5 integrantes del grupo: Cati Lladó, Tomeu Rubí, Lluís Dietrich, Guillem Anguera y Miquel Àngel Lorente, junto con un arriero y sus dos burros que nos permitieron llevar lo necesario para pasar los próximos 4 días en la montaña. Tras cinco horas caminando montaña arriba cruzamos un collado y vimos por primera vez nuestro objetivo. Aún quedaba lejos, pero parecía tener unas condiciones adecuadas para intentar un ascenso.

Varias horas más tarde, llegamos a una planicie situada a unos 4.500m, en la que instalamos el campo base, y nos despedimos del arriero y sus dos asnos. Por la noche mientras cenamos, disfrutamos de las últimas luces que iluminaban al Santa Cruz Chico (centro) y a sus dos hermanos mayores: Santa Cruz Norte (5829m), a la izquierda y Santa Cruz Grande (6259m), a la derecha.

A la mañana siguiente, preparamos las mochilas con la intención de encontrar un lugar más cercano a la pared donde montar el campo avanzado. Por razones de seguridad, comodidad y accesibilidad al agua, encontramos este lugar a orillas de la Laguna Yuraccocha. Después de instalar las tiendas, dedicamos el resto de la mañana a explorar el camino de acceso hasta el glaciar, y desde su perímetro buscamos con la mirada debilidades en la pared, por donde realizar el ataque a cumbre al día siguiente. Después de un tiempo debatiendo y barajando posibilidades, llegamos a la conclusión de que la mejor opción parecía ser ascender de la manera más vertical posible, situándonos en todo momento bajo la vertical de la cima. Esa tarde, mientras preparábamos las mochilas, el silencio era sordo, y el aire pesado. Se podía respirar una tensión extraña, distinta a la que hemos experimentado en muchas otras ocasiones. La incertidumbre inherente a una pared virgen no es comparable a la que se siente al repetir una vía. A las 18:00, con las mochilas preparadas y un cóctel de sentimientos que mantenía nuestros cerebros agitados, nos metimos en las tiendas para intentar conciliar el sueño.

Aquella misma noche, a las 00:00, el sonido estremecedor de la alarma nos arranca de la calidez de la pluma de los sacos. Desayunamos y nos vestimos dentro de las mismas tiendas y antes de salir nos calzamos los botines calientes de nuestras Bestard Top Extreme Lite, que habían dormido con nosotros dentro de los sacos. A la 01:00 de la madrugada, arrancamos con decisión en dirección al glaciar, siguiendo los hitos que habíamos dejado el día anterior. Al llegar al glaciar nos encordamos y empezamos a buscar el mejor camino en dirección al pie de la pared. Aquella noche, la Luna brillaba con fuerza y nos ayudó a navegar entre las grietas y los seracs del glaciar que se mostraban inclementes en la inmensidad de la noche.

A las 03:30 llegábamos a pie de vía. La pared nos recibió con una escalada en excelentes condiciones: largos de nieve firme y hielo sólido, que nos permitieron progresar a un ritmo alegre, teniendo en cuenta que un buen ritmo a 5.000m sería considerado una velocidad penosa a menor altitud, donde respirar con libertad es algo que se da por sentado y no un lujo al alcance de los más entrenados. Los largos y las horas se fueron sucediendo, y poco a poco la oscuridad fue retrocediendo en favor de la luz. Seguimos en la pared.

El día brilla con fuerza pero en una cara oeste en el hemisferio sur del planeta debemos conformarnos con ver el sol irradiar el lago y el valle que quedan tras nosotros. Arriba, una pared eterna.

Reunión tras reunión no alcanzamos a ver la cima pero esta se intuye ya cerca. El sol del mediodía empieza a asomar por encima de la montaña para golpear nuestros rostros y evitar que nos durmamos.

R11. Aún no lo sabemos pero este será el último largo. De repente, la calidad de la nieve se ve enormemente deteriorada, y el hielo brilla por su ausencia. La progresión se enlentece de manera patética y a nuestro paso debemos cavar una trinchera en el “eje y” para poder ascender. En ocasiones debemos ascender en oposición por la trinchera con cuidado de no romper sus paredes y en otras arrastrarnos como lombrices por rampas de nieve de escasos metros que en esos momentos parecen interminables.

Por fín, tan agotados como felices, a las 16:30 todos estamos en la cima del Santa Cruz Chico. Disfrutamos de las vistas y de la cumbre 3 minutos y como al que le da un ataque empezamos el descenso.

Decidimos rapelar por la propia vía ya que parecía la opción más segura y ya sabíamos lo que nos encontraríamos. La cresta que lleva al collado entre el Santa Cruz Chico y el Norte parece intransitable.

La monotonía que supone rapelar más de 500 metros de pared y eventualmente de noche, viendo solo aquello que ilumina el haz de luz de nuestros frontales, se convierte en una tarea extremadamente tediosa y mentalmente extenuante.

La temperatura empieza a bajar y la nariz y las mejillas, al contacto con el aire se sonrojan y las manos se sienten frías al manipular la cuerda. Sin embargo, los pies, que se han mantenido a escasos centímetros de la nieve y el hielo durante toda la actividad, siguen igual de calientes que al salir del saco la madrugada pasada, lo cual no solo permite realizar actividades en ambientes gélidos, sino aumentar el disfrute durante las mismas. Después de cinco horas rapelando llegamos a la base de la pared. Son las 21:00 y aún debemos volver sobre nuestros pasos hasta el confort de nuestros sacos de dormir que nos esperan impacientes para abrazarnos el resto de la noche. La vuelta a pié se hace tan soporífera como los rápeles y los pocos recursos cognitivos que nos quedan disponibles van destinados a no tropezar y a poner el pie con precisión en cada una de las rocas del pedregal que lleva al campo avanzado.

Son las 23:30 y la luz de los frontales ya ilumina las tiendas de campaña. Al fin llegamos al mismo lugar del que habíamos salido 22 horas y media antes. Y aunque “solo” ha pasado un día y nada parece haber cambiado, nosotros no somos los mismos que empezaron a caminar anoche. Han sido horas de concentración y esfuerzos colectivos con un objetivo común, durante los cuales hemos aprendido, sufrido y disfrutado, y que nos han unido más a la montaña y a nuestros compañeros de cordada.

En esta actividad el equipamiento técnico jugó un papel clave. Las botas Bestard Top Extreme Lite fueron nuestras aliadas en todo momento. Son botas pensadas para la alta montaña, ligeras pero robustas, y con un doble botín que nos garantizó aislamiento en una jornada de más de 20 horas. Su diseño nos permitió movernos con solvencia tanto en el glaciar como en los largos de hielo, sin comprometer la precisión en los apoyos. Esa combinación de comodidad y protección fue decisiva para mantener la motivación y la seguridad hasta el final.

El día 9 de julio de 2025, el GTAIB abrió una nueva línea al Santa Cruz Chico, una vía de 520 metros y dificultad MD+, a la que bautizamos con orgullo como Directíssima Mallorquina. Una ruta que quedará en la historia del grupo, y también una prueba más de que, con el material adecuado y la determinación necesaria, las montañas más exigentes pueden convertirse en escenario de nuestros mejores recuerdos.